Por: Isidro Calderón Muñoz
De todas las criaturas mitológicas
que pululan por bestiarios y tratados demonológicos, las Gárgolas son, quizás,
las menos comprendidas. Desechemos rápidamente la idea de que las Gárgolas
provienen de la mitología clásica. Esto no es así. Su origen, mucho más
cercano, ni siquiera roza las mitologías nórdicas o celtas.
El
significado de las Gárgolas.
Las Gárgolas nacen y se desarrollan
durante la Edad Media. La palabra Gárgola proviene del francés gargouille, originalmente garganta. A su
vez, esta deriva del latín gurgulio o
gargula, y, más atrás, de la raíz
indoeruropea Gar, "tragar",
matiz que la lengua española conserva en la palabra garganta. En Italia se las
conoce como Doccione o Gronda Sporgente, término arquitectónico que significa
algo así como "alero prominente". En Alemania las Gárgolas son
llamadas Wasserspeier, "vomitador de agua"; término análogo al
holandés Waterspuwer, "escupe agua". Toda esta terminología sobre las
Gárgolas apunta a su utilidad arquitectónica, ya que las Gárgolas son, además
de un símbolo y un recordatorio de las aberraciones del infierno, un elemento
necesario en las catedrales para desaguar los tejados mediante imperceptibles
caños que las atraviesan.
La
evolución de las Gárgolas en el arte se dio de un modo explosivo, aunque en un
primer momento no se las llamaba así. Los primeros artistas en representarlas
las llamaron Grifos, en clara alusión a una fuente mitológica; pero muy pronto
las Gárgolas se separaron de sus primos griegos, y adquirieron una reputación
tan personal como grotesca. Es interesante señalar que las
Gárgolas fueron, y quizás son, la representación de lo imposible. Agotados los
modelos clásicos, los artistas recurrieron a lo más profundo de su imaginación
para describir el horror en estado puro. Las gigantescas bestias clásicas ya no
inquietaban. Por el contrario, para esta nueva clase de horror que brotaba de
las iglesias, un espanto ciego, idiota, obstinado, que repartía hambre y
bendiciones en cuotas desiguales, se necesitaba una criatura capaz de encarnar
lo más abominable de las huestes infernales. Es así que las Gárgolas comenzaron
su eterna vigilancia sobre catedrales góticas, barrocas, e incluso en edificios
con pocas pretensiones religiosas. Desde las alturas escrutan al caminante,
recordándole constantemente el destino trágico de su alma, aquello que lo
espera del otro lado si se desvía del santo edificio que yace bajo sus garras
como un cadáver descomunal.
La leyenda
de la Gárgola.
La
leyenda más antigua sobre Gárgolas proviene de Francia. A mediados del año 600
d.C un hombre llamado Romain, conocido como San Romanus, primer canciller del
rey merovingio Clotaire II, relata el azote de un monstruo infame en las
tierras de Rouen. Lo llama Gargouille o Goji, y lo describe con los típicos
atributos reptiloides de los dragones franceses: alas de murciélago, mirada
hipnótica, fauces flamígeras, etc. En algunas versiones de la leyenda San
Romanus somete a esta criatura mediante su crucifijo, en otras, lo abate con la
ayuda de un proscrito. Lo cierto es que, sea cual sea la versión que
estudiemos, San Romanus derrota a la Gárgola y la traslada a la ciudad de
Rouen, donde es cremada en medio de largas celebraciones. Sin embargo, la
cabeza de la Gárgola no arde, sus cráneo está diseñado para resistir las llamas
de sus fauces, de modo que, imposibilitados de quemarla debidamente, San
Romanus mandó a colocar la cabeza sobre la puerta principal de la iglesia de
Rouen. Tiempo después, y para conmemorar el nombre de San Romanus y su ignoto
ayudante proscrito, el arzobispo de Rouen liberaba un prisionero por año bajo
la mirada pétrea de la Gárgola.
Fuente: despiertaalfuturo
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