Norton I, el Emperador de Estados Unidos
Por Isidro Calderón
Los orígenes de Joshua Abraham Norton, el hombre que acabaría convirtiéndose en el primer y único emperador de Estados Unidos, son inciertos, pero lo que está claro es que desde luego no tenía ningún tipo de parentesco con la realeza. Nacido probablemente en 1819 en Inglaterra, pasó la mayor parte de su infancia y de su juventud en Sudáfrica. En 1849 recibe 40.000 dólares como herencia paterna y decide trasladarse a San Francisco. En los siguientes años se dedicó a los negocios y no le fue nada mal, consiguiendo amasar una pequeña fortuna que, sin embargo, no tardó en perder. Completamente arruinado, se declaró en bancarrota y abandonó San Francisco.
existentes de la Unión como para mitigar los males bajo los cuales el país está trabajando, y de tal modo justificar la confianza que existe, tanto en el país como en el extranjero, en nuestra estabilidad e integridad». Además asumió el papel de Protector de México, según él «dada la incapacidad de los mexicanos de regir sus propios asuntos».
Norton I, engalanado |
El director del periódico decidió publicar la nota con tono humorístico y, de esta manera, Norton I, Emperador de los Estados Unidos, empezó su imaginario reinado. De la noche a la mañana se convirtió en un personaje muy popular en toda San Francisco. Lo más sorprendente es que todo el mundo decidió seguirle el juego y darle la razón, por lo que, aunque carecía de poder político real, a efectos prácticos Norton I mantuvo una vida de auténtico emperador. La corte quedó establecida en un viejo edificio de apartamentos en alquiler. Norton se pasaba los días paseándose por sus dominios, correspondiendo con toda solemnidad a las reverencias de sus súbditos y comprobando que todo funcionara correctamente, que las calles estuvieran limpias, los bienes públicos en buen estado, que los autobuses cumplieran con su horario o que todo estuviera debidamente vigilado por agentes de policía. Cada domingo visitaba una iglesia diferente para evitar que hubiera conflictos entre ellas.
Con el tiempo los habitantes de San Francisco se acosumbraron a Norton I e incluso llegaron a amarlo y a venerarlo. Por su parte, Norton, que apenas tenía dinero, llevaba una vida muy sencilla. Sin embargo, medio en serio medio en broma, sus súbditos aceptaron mantenerlo generosamente. Se le invitaba a comer en los mejores restaurantes, tenía un palco reservado en todos los teatros y muchos comercios añadieron placas en su honor, afirmando que contaban con la aprobación imperial, lo que llegó a convertirse en una garantía de prosperidad. Cuando Norton I entraba en la ópera todos los asistentes se ponía de pie y guardaban silencio hasta que él se sentaba.
Un ejemplo del poder que se le otorgó a Norton es lo que ocurrió con la Central Pacific. Esta compañía ferroviaria se negó a invitar a Norton a comer en uno de sus vagones, por lo que el emperador no tardó en proclamar un edicto disolviéndola. Tan mala publicidad le ocasionó este episodio a la compañía que tuvieron que pedirle perdón públicamente y para enmendar el terrible error le regalaron un pase vitalicio. Algo parecido sucedió con el First National Bank. El emperador emitió su propia moneda ‒de 15 centavos y de 5 y 10 dólares‒, que era aceptada en todas partes sin mayores pegas. En una ocasión quiso cambio de 100 dólares en el First National Bank y se le negó la operación, así que, ni corto ni perezoso, sacó una nueva proclamación contra la entidad bancaria. El ayuntamiento de San Francisco no tuvo ningún problema en declarar la validez total de los billetes de Norton I y a partir de ese momento se convirtió en una especie de moneda local e incluso era posible cambiarlos por dólares de verdad.
No fue ese el único gesto que el ayuntamiento de San Francisco tuvo con el emperador. Con el tiempo el uniforme de Norton se echó a perder, lo que según sus palabras constituía una «desgracia nacional». Así que el ayuntamiento aprobó una subvención para comprar un nuevo uniforme y para que no se volviera a repetir dio vía libre a una especie de «impuesto Norton» de 50 centavos semanales para los comercios y 3 dólares semanales para los bancos. En deferencia Norton I repartió títulos nobiliarios entre los miembros del consistorio.
Aunque todo era una broma, fue un dirigente magnánimo, justo y honrado, lo que despertaba el cariño y la admiración de sus súbditos. En 1867 Armand Barbier, un joven oficial de policía, le confundió con un vagabundo y lo arrestó. Los periódicos no tardaron en hacerse eco de este terrible suceso y los vecinos de San Francisco se indignaron. Patrick Crowley, jefe de la policía, le liberó y emitió una disculpa formal en nombre del departamento de policía. Una delegación de concejales del ayuntamiento fue a visitarle a su residencia para pedirle perdón.
Norton I otorgó el perdón real al joven Barbier y a partir de ese día la policía siempre le trató con el mayor de los respetos.
Fuente: La Piedra de Sisifo (Alejandro Gamero)
Comentarios
Publicar un comentario