El caso de Joao Prestes Filho. Cuando una luz “mata” al testigo.


El 16 de febrero de 1946, Joao Prestes Filho, de 44 años de edad fue a pescar con otros tres amigos, en el rio Tietê, en la localidad de Araçcriguama, en el interior de Sao Paulo. Prestes regresó al rededor de las 19:00 horas. Su esposa, Silvia Nunes Prestes, había salido, dejando la casa cerrada. Joao intentaba entrar por la ventana de la casa, cuando un rayo luminoso de color amarillento, que venía de arriba, le golpeó en el brazo. Completamente aturdido, corrió para la casa de su hermana, María, situada a más de 2 kilómetros de allí. Cuando contó todo lo que sucedió, Joao gritaba: “la luz, la luz....” pidiendo socorro. Poco después, llegó el delegado Malalquias. La piel de Joao, que al principio parecía tostada, encontrándose las manos y el rostro más afectados. Alarmados por lo ocurrido, varias personas fueron hasta la casa a ver el estado de la víctima.

Según estudios divulgados en la década de los 50 y 60, el cuerpo de Joao Prestes, comenzó a deshacerse. Pues, según estudios posteriores, realizados por los ufólogos Claudio Suenaga y Pablo Villarubia Mauso, ningún testigo de los acontecimientos observó pedazo del cuerpo de Prestes soltarse.

Por otro lado el investigador Fernando Grossman de la extinta APEX, entrevistó al enfermero Araci Gomide, que atendió a Joao Prestes en su agonía y confirmó las quemaduras y el desprendimiento de la carne.

Joao fue llevado en carreta al Hospital de Santana de Parnaíba, acompañado por el enfermero, pero falleció en el camino antes de llegar al hospital. El tiempo transcurrido entre el rayo luminoso y su muerte fue de aproximadamente seis horas.

Posteriores investigaciones de Claudio Tsuyoshi  Suenaga y Pablo Villarubia Mauso, aportaron datos nuevos.


Declaración del hijo de Roque Prestes, hermano de Joao Prestes:

“Hasta poco antes de morir, mi padre recordaba el trágico fin de su hermano, en aquél año 1946. Yo aún era pequeño, tenía 9 años, pero recuerdo perfectamente lo que paso con mi tío Joao. Era semana de carnaval y Joao, que odiaba tales festividades, decidió ir de pesca, montado en su carro. El vivía en Araçariguama, un pueblo a solo 7 kilómetros de San Roque y en aquella época, un lugar muy aislado y tranquilo. Mi tía fue a la fiesta junto con sus hijos y el se quedó en casa. Yo estaba en Araçariguama, cuando me dijeron que mi tío estaba moribundo en casa de un pariente. Quise entrar, pero no me dejaron, pues yo era muy pequeño y podría impresionarme con el estado físico de Joao. Mi padre sí hablo con él, que le contó que al regresar a casa, abrió la ventana y algo como un fuego o “antorcha” entró en el cuarto donde se encontraba. El cayó al suelo y sintió que su cuerpo ardía. El se enrollo en una manta y vino caminando más de dos kilómetros hasta la casa. Mi padre decía que Joao solo estaba quemado de cintura para arriba, a excepción del cabello. Yo llegué a ver a mi tío moribundo, cuando lo sacaron de casa, para llevarlo en un camión a Santana de Parnaíba, donde existía un hospital. Recuerdo que estaba envuelto con unas sábanas ennegrecidas, talvez por las quemaduras del cuerpo. Joao murió antes de llegar al hospital”.
Pregunta.- “Fue publicado en varios libros en ingles, japonés y hasta en ruso que Joao Prestes murió de una manera atroz, con pedazos de su cuerpo cayendo, como las orejas, o la carne de los brazos.” ¿Esto era correcto?
“No según mi padre, que lo acompaño al hospital, su apariencia era muy penosa, pero no llegaba a eso. Presentaba quemaduras graves por el cuerpo. La piel, la carne, estaba oscura. No presentaba ninguna lesión corporal”.
“Mi padre, que era subdelegado de la policía de Santana del Parnaíba, solicitó la colaboración de la policía científica para investigar el caso, pero no se nada sobre los resultados. Lo cierto es que en caso donde Joao se encontraba cuando apareció el fuego, nada se quemó. Tampoco tenía enemigos o alguien que hiciera aquello. Aun moribundo decía repetidas veces que la luz era su agresora y que era “cosa de otro mundo”.
“En Araçariguama y la zona, en aquella época, se veían constantemente unas bolas de fuego que decía ser “apariciones”. Algunos creían que procedían de las minas de oro que hoy en día se encuentran cerradas. Y sucedían otras cosas raras. Mi fallecido padre, nos contaba que en 1922, pudo ver junto con mi abuelo y un tío mío un “hombre lobo” por la noche. Mi tío le tiro una piedra y le acertó en la mano. Al día siguiente un vecino apareció con la mano vendada. Otras personas contaban cosas semejantes”
“A Emiliano Prestes, también tío mío y hermano de Joao Prestes, le sucedió algo igualmente extraño. Algunos meses después de la trágica muerte de su hermano, estaba caminado por un bosque de Araçariguama, en Agua Podre, el mismo lugar donde surgió en 1922 el “hombre lobo” y la luz que queó a Joao, cuando apareció una antorcha de fuego en el aire. Emiliano, espantado, se escondió en un barranco cuando la cosa de dirigió hacia él. Lo único que pudo hacer fue agacharse y rezar por su vida. Nos contó que sintió un intenso calor, pero por suerte, la antorcha, se alejó y desapareció”.  

La “antorcha” o “bola de fuego”, también fue vista en varias ocasiones por el padre de Luis, durante su juventud, un objeto que asustaba a los caballos y cabalgaduras que transitaban en las oscuras noches de Araçariguama  para llegar a sus humildes casas de campo. “Las luces la mayoría de las veces eran vista entre las 3 y las 4 de la mañana, eran tres o cuatro veces mayores que la Luna. Las personas sentían el calor de las luces, aunque se encontrasen alejados. Se alejaban a velocidades tremendas. Mi padre dejó de ir a las fiestas nocturnas por causa de esas luces”.

Declaración de Vergílio Francisco Alves, primo segundo de Joao Prestes.

“Yo nací y me crié en Araçariguama. Allí comencé a trabajar en la mina de oro Morro Viejo a los 15 o 16 años. Había un ingeniero inglés que no sabía escribir mi nombre y me llamaba “muchacho de oro”. Pero yo le conté lo que se sobre la horrible muerte de Joao. Fue en 1946 y era carnaval. Fui a pescar cerca de allí, en el río Tietê, montado en su carro, en cuando su esposa e hijos fueron a las fiestas. El tiempo estaba seco, no llovía. Cuando regresó, colocó su caballo en el corral y le dio de comer. En seguida, colocó los peces en una traviesa y calentó en el horno de leña, el agua para un baño en un barreño. Cuando se cambiaba de ropa, apareció en el cuarto, una especia de rayo de luz amarilla que iluminó todo. Joao sintió que su cuerpo ardía y que la barba, todavía corta, se quemaba. Aterrorizado y sin poder mover las manos, Joao levantó el pino de la puerta de salida de su casa con los dientes y se lanzó descalzo a la calle, ya que nunca usaba calzado, corriendo más de dos kilómetros hasta llegar, a gritos, a la casa de su hermana María, cerca de la iglesia de Araçariguama. Allí se echó en la cama y dijo que estaba quemado. Vino en seguida el delegado de policía, Joao Malaquias, que le dijo que no era para culpar a nadie por lo que le había ocurrido, pues lo que le había atacado no era “cosa de este mundo” Después comenzó a tronar y calló una fuerte lluvia...”

Pregunta.- “¿Entonces, usted vio a Joao Orestes cuando agonizaba?”

“Sí, mi primo, Emiliano Prestes, era mi vecino y me llamó. Cuando llegué a casa de María, encontré a Joao Malaquías, el delegado, hablando con Joao, este echado en la cama y comenzando a tartamudear. Su piel, que era blanca, estaba tostada, medio marrón, como se la hubiesen asado. Lo que más se había quemado era las manos y el rostro. Las manos estaban retorcidas. Su pelo no estaba quemado ni tampoco sus pies ni sus ropas. Solo se quemó de cintura para arriba. Los pies estaban desollados por haber salido corriendo y pisando sobre las piedras”.

Pregunta.- “¿En ningún momento vio que la carne de Joao se cayera a pedazos?”.

“No, tenía la piel y la carne quemadas, pero no se estaban cayendo. Creo que fue cosa del Boitatá, pues el ya había atacado a Joao antes....” “Cuando Joao era arriero (conductor de ganado), aún muy joven, vivía junto con su padre en Araçarogia. Cierto día, al atardecer, cuando conducía los burros por una cantera, vio un fuego que cayó del cielo, una bola de fuego. Estaba cerca de una capilla, donde había una cruz y sintió la bola pasando por su lado y casi lo alcanzó. Joao me contaba que allí, a veces, se veían diez o doce bolas que surgían del cielo. Algunas eran rojas, otras de color de la luna. A veces, cinco o seis caían al suelo y explosionaban. La gente llamaba a esas luces de boitatá...” (Palabra de origen indígena y que designaba misteriosas luces que se ponías a perseguir y hasta matar a los nativos, según las crónicas coloniales portuguesas y los relatos del padres misionero José de Anchieta, en el siglo XVI).

El propio Vergílio fue testigo de la aparición de una de esas luces, que surgió de atrás de la montaña donde estaban las minas de oro y cayó en otra cantera, donde también siempre aparecieron luces raras, la cantera de Saboao. “También la llamamos como “madre de oro” a esas bolas de fuego y también había el “lagarto de oro”, un fugo alargado que se movía en línea recta, despacio, sin hacer ruido”.

Pregunta.- “¿Quién llevó a Joao al hospital?”.

“Malaquias, el comisario, quería llevarlo a un hospital de Sao Paulo, pero la camioneta estaba en muy mal estado y ellos lo llevaron hasta Santana de Parnaíba”

Declaración de Hermes de Fonseca. 70 años.

“Conocí a Joao Prestes. Me acuerdo perfectamente de la fecha de su muerte, el 5 de marzo de 1946. El fallecimiento dejó cinco o seis hijos y su viuda. No llegué a ver su cuerpo, solo unas pocas personas lo vieron, pero dijeron que tenía el cuerpo quemado. Mas tarde la prensa publicó que su cuerpo se había derretido, que se había caído a pedazos”
“Aquí siempre ocurren cosas extrañas. Un año después de la muerte de Joao, su hermano, Emiliano Prestes vio cerca del cementerio, dos bolas de fuego que subían, se peleaban entre sí, volvían a subir y repetían la misma acción. De repente las luces comenzaron a rodearlo y el sintió un calor muy intenso. El se arrodilló y rezó hasta que las luces se fueron. Aún hoy en día, pero con menos frecuencia, se ven luces cerca de aquí, en Ibaté, entre Araçariguama y San Roque. Cuando se pelean sueltan chispas, pero no se deshacen. Giomar Gouveia, campeón de hípica y dueño de un establo en Ibaté, vio una luz sobre sus animales que despendía rayos de luz de color anaranjado, eso sucedió en 1995”.
“En 1960 un motorista de autobús, Celso Gomide, que venía de San Roque, cuando vio una luz roja que le hizo para el vehículo. La luz se aproximó a la cabina de Gomide, asustado, se puso a rezar. Los pasajeros se quedaron perplejos, delante de la insólita luz que le rodeó durante mas de 20 minutos”. “En 1955 yo trabajaba en la construcción de un teleférico en la fábrica de cemento de Santa Rita, para trasportar las piedras de una cantera de aquí, en Araçariguama. Era el día 24 de agosto de ese año y hacia un calor insoportable, cuando otros trabajadores y yo vimos un objeto que fluctuaba en un cielo muy azul. Un objeto tan grande como una rueda de camión, muy alto, de color del aluminio, que daba vueltas y desprendía humo, dejando círculos de humo blanco. Lo vimos a la 11:30 y a las doce llegaron cinco o seis aviones de FAB (Fuerza Aérea Brasileña). Eran más pequeños que la rueda voladora y en unos pocos segundos, esta desapareció dejando a tras a los aviones militares. Al día siguiente, el periódico “Hoja de Sao Paulo”, publicó un artículo donde se comentaba que millares de personas habían visto en Osasco (cerca de Araçariguama) un disco volador con las mismas características”.

Declaración de Nelson Oliveira, de 53 años de edad, sepulturero.

“En 1989 vi una cosa extraña, redonda, volando sobre el cementerio, Era como un sombrero, pero al contrario y estaba bajo. Era completamente de aluminio y recordaba las ratas cuando se movían en línea recta, despacio, pero balanceándose. Iba en dirección a Sao Paulo”          



Cuando se crea una Leyenda.

El 28 de septiembre de 1974, Wirz, Ivone Brandão, Luiz Jesus Braga Cavalcanti de Araújo y Fernando Grossmann, fueron a la ciudad de San Roque y entrevistaron a Araci Gomide, que vivía en las márgenes del río Tietê y era amigo de Prestes Filho. Por haber ejercido la enfermería en las Fuerzas Armadas, fue llamado para socorrerlo cerca de dos horas después del incidente con la misteriosa luz. Al ver el estado de su colega, le pregunto quien había hecho aquello, pues parecía haber sido escaldado en agua hirviendo. Prestes Filho, aún permanecía lucido, respondió “Nadie me quemó, ni con agua o fuego”. Pero el no sabía realmente lo que le había sucedido.
Preguntado si se encontraba con algún dolor, pues los músculos se le soltaban de los huesos, dice que no sentía dolor. Aparte de eso, ninguna parte de su cuerpo estaba chamuscada: no los cabellos, pelos o ropas. Gomide se aproximó a la víctima y lo olió. No sintió ningún olor de quemaduras, o de combustible, como queroseno o alcohol. De acuerdo con el enfermero, la víctima no estaba borracha. Grossmann y Araújo concluyeron que Prestes Filho no fue quemado por una llama de combustible convencional, ni por algún líquido muy caliente. Pero no sabía lo que había sucedido exactamente.  

El Periodista Adilson Machado fue el que escribió que “aturdidos, los amigos y parientes veían las carnes de Joao se soltaban, rodando sobre la sábana y el piso. Primero caían los músculos de los brazos, seguidos por los del pecho, las manos y las partes inferiores del cuerpo”  



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