El Voto de Tinieblas, o el Emparedamiento en las Comunidades De Monjas

Por Isidro Calderón

El monasterio de Santa Isabel la Real, en Granada, fue fundado por la reina Isabel la Católica por la Real Cédula de 15 de Septiembre de 1501 para establecerse en la Alhambra, pero la reina Isabel ordenaría su traslado al palacio de los Reyes Moros, que había sido cedido por ella y su esposo a su Secretario D. Hernando de Zafra, al que compensaron con otros edificios en la Carrera de Darro.

Situado en la otra margen del río Darro, en la parte alta del barrio de El Albayzín, el palacio de Dar al-horra o Casa de la Reina, fue la última vivienda de Fátima o Aixa, la madre de Boabdil, el rey Chico, era la reina repudiada por el rey Muley Hacen.


En 1057 era el palacio del rey Badis, y en su interior fue asesinado por las turbas su visir judío Ibn Nagrela. De la belleza del palacio quedan las palabras de Ibn al-Jatib, quien lo describió como “algo sin semejante en tierras de musulmanes ni de infieles”.

El llamado voto de tinieblas o emparedamiento en vida era un castigo medieval que permaneció como tradición aplicable en España hasta el siglo XVII y no fue privativo de una zona concreta, dado que era una práctica medieval muy extendida en toda Europa y que se daba en Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en Valencia y en Granada, entre otras ciudades españolas, así como en Lisboa, en Rennes, en Lyón, en París, en Génova, en Florencia y en los muros de Roma; si bien, como atestigua Escolano, a partir del Sínodo del obispo Ayala, en 1693, se prohibió tal práctica, que de hecho desaparecería definitivamente 74 años mas tarde.

Existieron dos tipos de emparedamiento:

Uno era aquel que, con carácter de castigo, se impuso a determinadas mujeres por sus faltas y delitos cometidos, nada nuevo en la historia si recordamos el caso de las sacerdotisas vestales que en la Antigüedad eran encerradas al haber perdido su virginidad.

El otro tipo se daba en el caso de las mujeres que voluntariamente, con autorización de sus familiares y superiores, decidían adoptar este tipo de vida penitente.

Éstas, se retiraban en limitados recintos, a veces en la parte exterior de las Iglesias Parroquiales, dedicadas a la oración y vida contemplativa, manteniéndose con una parca comida que se les suministraba a través de una rejilla. Eran las mujeres llamadas como monjas beguinas o místicas.

 La catedrática de Historia Medieval, Milagros Rivera Garretas, las define así:

"Es una forma de vida inventada por mujeres para mujeres.
Quisieron ser espirituales pero no religiosas.
Quisieron vivir entre mujeres pero no ser monjas.
Quisieron rezar y trabajar, pero no en un monasterio.
Quisieron ser fieles a sí mismas pero sin votos.
Quisieron ser cristianas pero ni en la Iglesia constituida ni, tampoco, en la herejía.
Quisieron experimentar en su corporeidad pero sin ser canonizadas ni demonizadas.
Para hacer viable en su mundo este deseo personal, inventaron la forma de vida beguina, una forma de vida exquisitamente política, que supo situarse más allá de la ley, no en contra de ella. Nunca pidieron al papado que confirmara su manera de vivir y de convivir ni se rebelaron, tampoco, contra la Iglesia."


En Granada hay constancia de que hubo emparedadas en las parroquias de San Gil y de Santa María Magdalena, llamada de “los asturianos”, ambas hoy demolidas, así como en las iglesias parroquiales del Perpetuo Socorro (sor Ana Bueso), de San Antón (sor Carmen Gaitán), del Salvador (sor Clara Montalbán), situada en el Albaicín, así como en la antigua ermita de San Antón, demolida hoy, situada en la avenida de Cervantes, donde estuvo sor María Toledano, que permaneció emparedada en oración 27 años, como atestiguan las doblas y aniversarios fundados en cada parroquia para mantener a las emparedadas de Granada; en Guadix fue célebre sor Beatriz, que se recluyó en una cueva 32 años y tenía fama de santa y milagrera.

El acuerdo del Consell de la Ciudad de Valencia del 11 de agosto de 1531 por el que se concede a Quiteria de Mora, emparedada, facultad para tomar un palmo y medio de terreno de la calle, junto a la iglesia de San Andrés. También en los muros de San Esteban, estuvo recluida sor Angela Genzana de Palomino, de la tercera orden de San Francisco, durante más de 30 años, hasta que la ruina amenazaba aquella parte del templo donde ella estaba y tuvo que abandonar su voluntaria reclusión.

El padre Rodríguez, en su Biblioteca Valentina, nos habla de los tres emparedamientos de la iglesia de Santa Catalina. Asimismo, hay noticia de su existencia en la desaparecida iglesia parroquial de Santa Cruz, en el barrio del Carmen, antes de que ésta fuera derruida y trasladada al vecino convento del Carmen, carmelitas calzados, en 1842.

A finales del siglo XVI hay testimonio testamentario de cómo sor Madalena Calabuig, sor Martina Frauca y sor Esperanza Aparisi, vivían emparedadas en la Iglesia Parroquial de San Lorenzo, a quienes iba a confesar el controvertido Venerable Francisco Jerónimo Simó, beneficiado de la parroquial iglesia de San Andrés, lo que indica cómo varió el antiguo sistema de emparedamiento hacía una vida de reclusión en comunidad ya que entre las mujeres emparedadas se elegía a una con el título de Ministra para que hiciera de Superiora.

Así, el uso del término emparedamiento implicaba una reclusión punitiva entre cuatro paredes, como un calabozo o enterramiento en vida; mientras que el término emparedarse hay que entenderlo como reclusión en una celda de penitencia y mortificación de la que tantos ejemplos hay a lo largo de la historia.

El deán de la Catedral de Valencia y rector de la Universidad literaria, José Cardona, escribió en 1693 su Apología por las mujeres que llamaron emparedadas de la ciudad de Valencia, “provando que estas mugeres que vivian en lo antiguo en reclusiones ó emparedamientos á la parte exterior de las Iglesias Parroquiales de esta çiudad” que entraban en reclusión no por pena, ni castigo, sino libre y voluntariamente con aprobación de sus parientes y directores espirituales.”

Podemos citar casos de Santas Mujeres, como es el de la venerable sor Inés de Moncada que se recluyó en los montes de Portaceli, o el de santa Oria que, recluida, era cantada por Berceo:

“Emparedada era, yacia entre paredes,
havia vida lazerada…
porque angosta era la emparedación,
teníala por muy larga el su buen corazón…”

Y, además de estos casos de reclusión individual, con el tiempo las reclusiones en comunidad, formando una especie de beaterio, fueron apareciendo en nuestras tierras.

En tiempos del burrianense Martín de Viciana, en un monte de Bocairente, había siete emparedadas con hábito de la tercera orden de san Francisco:

“Hay en un monte alto cerca de la villa un emparedamiento con siete honestas, y venerables mugeres emparedadas. La primera que se emparedo fue Sor Cecilia Ferre: la qual vino del emparedamiento de Santa Cruz de Valencia. Esta casa fue comenzada año 1537. Y en el año 1554 se encerro la primera emparedada en esta Iglesia como título del Monte Calvario”.

También Viciana nos recuerda el emparedamiento de la villa de Onda:

“En la Iglesia hay un emparedamiento donde estan encerradas seis honestisimas mugeres beatas con el habito y regla de San Francisco que son habidas por un dechado de virtud y santidad de vida: y siempre suele haver en este emparedamiento algunas mugeres muy ejemplares, y provechosas para las honradas mugeres de Onda; para rogar al Señor por el bien y conservación de la tierra”.

Quizá el abuso fue la causa de que en el Sínodo del arzobispo Ayala de 1693 se prohibiera en adelante estos emparedamientos; sin embargo, las comunidades admitidas hasta entonces siguieron vigentes y sujetas a visitadores nombrados por el Ordinario, disponiendo que en adelante no se celebrasen misas en sus celdas y encierros, ni aún in artículo mortis. Hoy no queda más recuerdo en el paisaje urbano de tales emparedamientos que los viejos muros de las antiguas parroquias citadas, testigos de un tipo  de penitentes que con el tiempo evolucionó hacia beaterios y reclusiones en comunidad de doncellas y viudas.

Libro de oraciones de las emparedadas
 En los Anales de Granada, que fueron escritos por D. Francisco Henriquez de Jonquera, se narra un suceso de empaderamiento ocurrido en Septiembre de 1615, y dice:

“Hicieron justicia en esta çibdad de Granada de un hombre llamado Gaspar Dávila, torcedor de seda, por haber rompido la cerca de la huerta del monasterio de monjas de Santa Ysabel la Real para sacar a una monja del dicho monasterio o tener que ver con ella, por lo qual fue ahorcado en la plaça llamada Nueba por sentencia de los señores alcaldes de corte de esta Real Chancilleria; y la dicha monja, que por ser de calidad no la nombro, fue mandada emparedar viva en el dicho monasterio, amén otros rigurosos castigos que le mandó dar su religión”. 

“por lo qual fue ahorcado en la Plaça llamada Nueba…”

En el Archivo de la Curia de Granada hay un documento sin portada y con el epígrafe “Usos y costumbres viejas”, fechado en 1715, y del que se desconoce a que parroquia, iglesia o monasterio perteneció, que recoge en el folio IV-aB:

“Tened en cuenta que es costumbre vieja en las comunidades de monjas emparedar y dejar morir de hambre y asfixia a la profesa que viola o rompe las reglas, especialmente el voto de castidad.
¿Has olvidado el cementerio infantil que hay un poco más allá?”.

También queda recogida en los Anales de Granada otra arte de matar, llamada encubamiento, que se le practicaba a los habitantes de la ciudad:

“En Noviembre de 1611, cuando se demostró que una muxer havía envenenado a su marido con arsénico para casar con otro hombre, se la encubó con un gato y un perro y se la echó al río para cumplir con la ley; después, la sacaron, se le dio garrote vil junto a la fuente del río Genil, en el lugar que llaman del Humilladero, y la sepultaron en el cementerio de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Angustias”.

Fuente: Bruno Alcaraz Masáts

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