Una novela diferente: El Manuscrito Nomentum
Por La Rueda del Misterio
He leído con mucho interés la novela de Juan Romero Sierra «El manuscrito Nomentum». Numerosos son los valores que contiene el libro y me han llamado la atención. En primer lugar, resulta realmente curiosa, y muy poco habitual en novelas recientes, la presentación de escenas de aroma costumbrista en las que se reproduce el habla popular. Consuelo, la asistenta de la familia protagonista, recuerda por momentos a algunos personajes de las novelas de Galdós, pero, en realidad, creo que su principal paralelo es otro.
Los diálogos de la «inculta» Consuelo con los miembros «cultos» de la familia protagonista me han hecho recordar a otras conversaciones similares entre don Quijote y Sancho Panza. Y, al igual que ocurre en el Quijote, descubrimos que la sabiduría de Consuelo Panza es mucho más profunda de lo que parece a primera vista, una sabiduría basada en el sentido común que, por desgracia, no se puede aprender en la Universidad.
Esta semejanza con un personaje del Quijote me ha llevado a la segunda característica que me ha llamado la atención de «El Manuscrito Nomentum». Podría parecer obvio, pero, en realidad, es algo muy poco común en la mayoría de las novelas de hoy día que caen en mis manos: ¡el autor escribe muy bien!
La explicación de este extraño fenómeno se encuentra en el propio libro. Si uno quiere aprender a hacer algo, tiene que contar con buenos maestros. Y, a juzgar por lo que parecen ser las lecturas favoritas de Juan Romero Sierra, sus maestros han sido los mejores.
A lo largo de las páginas de «El manuscrito Nomentum» aparecen citados una y otra vez Dante, Séneca, Lucano, Platón, Aristóteles, y otros autores clásicos de otras épocas, como Bécquer, Shakespeare o Cervantes. Por muchos siglos que pasen, hay autores inmortales a los que siempre deberíamos volver si queremos que nuestra formación cultural sea completa. Así lo subraya uno de los personajes de la obra cuando afirma que los clásicos son «por donde hay que empezar a leer».
Sin embargo, la admiración por los clásicos no ciega a Juan Romero Sierra, que evita caer en un error muy común: el de suponer que, si un individuo destaca en un campo o una habilidad especial, eso significa que es una buena persona y que todas su opiniones son poco menos que palabra de Dios. El autor nos ofrece el ejemplo de Lucano, cuya obra «Farsalia» alaba solo para, a continuación, lamentar que su comportamiento en vida no tuviera una altura y una dignidad comparable a la de su producción literaria.
En otro orden de cosas, el libro refleja el pensamiento del propio autor en lo relativo a varias cuestiones, unas de actualidad y otras más intemporales, pero, en todos los casos, con un denominador común: Juan Romero Sierra no se esconde, y dice con todas las letras cosas que muchos piensan pero que muy pocos se atreven a decir, y mucho menos a poner negro sobre blanco. Citaré varios casos:
En varias ocasiones se pone en boca de varios personajes la afirmación de que «Dios no existe». Ignoro cuál es la postura del autor al respecto, pero, en cualquier caso, resulta muy poco frecuente leer estas tres palabras, «Dios no existe».
Pero si extraño resulta escuchar esta frase, aún más extraño (y debo decir que gratificante, al menos para mí) resulta leer lo que el autor, a través de sus personajes, opina de la religión en general, y de la Iglesia católica en particular. Desde la página 307 hasta la 440 sobre todo, «El manuscrito Nomentum» nos ofrece una visión panorámica de la historia de la Iglesia, de algunos de sus papas más señalados y de sus vaivenes políticos, dando opiniones favorables o negativas sobre los mismos.
Lo dice alto y claro. La Iglesia es creación de Satanás, a quien sirve únicamente. La lista de crímenes cometidos en nombre de la fe, la religión y la Iglesia harían ruborizarse, en comparación, al mismísimo Hannibal Lecter. Y no hace falta remontarse a las barbaridades cometidas por la Inquisición, o las Cruzadas, que costaron la vida a más de veinte millones de personas. Hoy en día, la Iglesia condena la homosexualidad pero tolera, disculpa y encubre la pederastia.
La posición crítica del autor ante la conducta de la jerarquía eclesiástica es una cara de una moneda, cuyo reverso es una muy sana conciencia social. Ante la injusticia y las desgracias que contemplamos cada día, no debemos mirar para otro lado ni esperar que las cosas se solucionen solas, sino que debemos empezar cada uno de nosotros en nuestra casa, tal como hizo Gandhi, al que el autor cita con una admiración que comparto sin matices. Pocos hombres de los dos últimos siglos pueden estar a la altura de Gandhi; quizás, Martin Luther King y Nelson Mandela. ¡Que pena que no haya más de estos y, sin embargo, proliferen como champiñones en temporada de lluvia los chorizos, corruptos y mediocres de todo pelaje en puestos de responsabilidad!
Como especialista en temas bíblicos, debo reconocer que uno de los aspectos que más me ha interesado de «El manuscrito Nomentum» ha sido que hable de la Biblia. Juan Romero Sierra demuestra un conocimiento muy profundo del texto bíblico, pero, a diferencia del ciego, y en el fondo ignorante conocimiento tan habitual en el clero, muestra un espíritu crítico de lo más sano. La Biblia es parte de nuestro patrimonio cultural, y es necesario leerla para entender de dónde venimos, sin que eso signifique una aceptación ciega de sus presuntas verdades. Quizás sea cierta la afirmación que realiza el autor cuando dice que «Platero y yo» es más obra de Dios que la Biblia.
He dejado para el final el tema que constituye el argumento principal y, a mi modo de ver, más interesante del libro. No creo estar destripando nada si cuento que «El manuscrito Nomentum» que da título a este libro es, según la novela, un texto perdido y atribuido a Séneca que demostraría que Séneca y Jesús de Nazaret se habrían conocido de jóvenes en Egipto.
El tema vuelve a uno de los motivos de mayor éxito de los últimos decenios: la búsqueda del Jesús histórico. Me vienen a la memoria en especial dos libros: la famosa serie del Caballo de Troya, que JJ Benitez ha estirado como si fuera un chicle, y el best seller mundial «El código da Vinci».
Sin embargo, me gustaría señalar una diferencia que considero muy importante entre estas dos obras y «El manuscrito Nomentum».
Respecto al Caballo de Troya, me viene a la memoria una frase de una profesora mía que, al referirse a otros compañeros de su departamento en la facultad, decía: «Yo de mis compañeros no hablo mal; ahora bien, de las alimañas... ».
Pues bien, parafraseando a mi profesora, y sintiéndome en este caso tanto escritor como especialista en temas bíblicos, diría refiriéndome a JJ Benitez: «Yo de los compañeros de profesión no hablo mal; ahora bien, de los ignorantes... ».
El caballo de Troya es una presunta reconstrucción fidedigna del Jesús histórico en la que se pueden apreciar errores de trazo bastante grueso, además de la aportación, típica de Benitez, de unos cuantos extraterrestres aquí y allá que dan colorido al relato pero que nos alejan definitivamente de cualquier pretensión de rigor histórico dentro de una obra de ficción.
El caso de «El código da Vinci» me parece diferente. Dan Brown muestra un amplio conocimiento de la literatura apócrifa de los primeros siglos del cristianismo, pero tergiversa conscientemente su contenido para crear una ficción comercialmente atractiva. Ya sabemos que «poderoso caballero es don Dinero».
Sin embargo, el caso de Juan Romero Sierra en «El manuscrito Nomentum» es diferente, porque, a diferencia del autor del famoso caballo troyano con extraterrestres, no es un ignorante, y, a diferencia de Dan Brown, no sacrifica el rigor científico para crear una trama de ficción.
Los conocimientos del autor tanto sobre los evangelios como sobre Séneca hacen que la trama resulte no solo creíble, sino posible. Y ahí radica, en mi opinión, uno de los mayores atractivos del libro: su verosimilitud.
Por las razones expuestas, y otras, que sería prolijo enumerar, «El manuscrito Nomentum» es, y concluyo, una historia que no solo atrapará y emocionará a quien la lea, como no solo me atrapó y emocionó a mí apenas iniciada su lectura.
Javier Alonso López - Filólogo, Biblista e Historiador.
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