DISIENTO

Por Juan Romero Sierra




Hoy es víspera del Día de los Inocentes, festividad que en otro tiempo era muy celebrada. Pero desde hace ya bastantes años la gente no está para bromas e inocentadas. Menos aún desde que estalló la crisis, si bien hay quien afirma, textualmente, que "lo que sucede... conviene", con lo que en absoluto estoy de acuerdo.


Sé, porque conozco a la autora de la frase, cuyo corazón no le cabe en el pecho, que tal afirmación se debe, como ella misma expresa, a que está firmemente convencida de que "esta situación económica sacará de nosotros, todos, lo mejor, lo que de solidarios tenemos, la capacidad de sobreponernos a la adversidad, y, además, vivir". Lo que, evidentemente, no reza para los que a causa de dicha situación, se han suicidado, ¡digo yo! Ni para los desempleados, a los que se les podrá socorrer con un plato de comida, y aun consolar, pero no darles trabajo, como demandan. Tampoco para los que han perdido su vivienda, que no solo no la van a recuperar, sino que, para mayor inri, siguen debiéndola y, por consiguiente, tienen que pagar mes tras mes y año tras año. Etcétera.

No. Como decía don Quijote, cuyo ingenio no tenía par, "no hay nada digno en la pobreza". Menos aún, allí donde la pobreza se ceba, esta dará otro fruto que lo que la pobreza entraña: miseria y dolor. Y en España la pobreza alcanza ya a un porcentaje bastante elevado de la población. La solidaridad de la buena gente, que, a su vez, tiene que hacer encaje de bolillos para llegar a fin de mes y no sucumbir frente a ella, no evitará absolutamente nada una vez más, sino al contrario, ya que representa un freno para que la gente estalle, única manera de que las sociedades progresen, como lo acredita la historia. La solidaridad es, pues, un serio impedimento para que el sistema, responsable de que haya ricos y pobres, cambie y nos sacudamos toda lacra.

La solidaridad, en todo caso, no solo tiene que manifestarse dándole de comer al hambriento, sino combatiendo y desterrando de España y del mundo aquello que propicia que nos hallemos en la situación que nos hallamos. Y digo no solo de España, porque ¿qué hay de aquellos que no son españoles y están condenados a morir de hambre debido a lo mismo?  La suma, 1500 millones, debería avergonzarnos. Con mayor razón, sabiendo, como sabemos, que sobran los alimentos.

La caridad, a la que ahora llamamos solidaridad, ni evitó antaño que aquí y allá se muriese la gente de hambre, sino al contrario, dado el incremento del número de pobres, ni, por muy buen corazón que tengamos, evitará que otro tanto suceda hoy, al declinar el día, y mañana, al despuntar el alba. Sencillamente, porque no basta con tener buen corazón. Para ello, para que todos puedan comer hasta saciarse y vivir en paz, hay que cargarse el sistema, o bien conseguir de este, cuando menos,  que todo ser, por el mero hecho de nacer, tenga cubiertas sus necesidades básicas, como son la comida, la sanidad, un techo que le cobije y la enseñanza,  a lo que tiene derecho. Defendiendo y luchando por ello me gustaría ver, que no lo veo, al solidario, no dando limosna, como hasta aquí y votando a los defensores de tal estado de cosas.

Lo único positivo que yo al menos le veo a esta situación es que la gente acabará aceptando que quien gobierna es el fraude y la mentira. Con eso, que no es poco, me conformo. Y si, a continuación, actuamos en consecuencia, miel sobre hojuela, dado que nuestras desdichas habrán terminado.

El lado amable de las cosas, que otra amiga opina que debo ver, no es otro que ese. Y menudo es.

El día, por lo demás, seguirá teniendo 24 horas, a no ser que las recorten también, que capaces son. Y 24 horas dan mucho de sí, si se saben aprovechar. Sobran horas incluso para reír, que es muy saludable. Y puestos a reír, yo soy de los que se ríen incluso de sí mismo, como ahora, que me río por aquello de que se me ha ido el santo al cielo, y, dado que el espacio no da para más, me voy a quedar sin referir alguna que otra inocentada curiosa y simpática, que me hicieron mucha gracia.

Brevemente: la inocentada más sonada, que dio origen a la conmemoración del Día de los Santos Inocentes, fue la matanza, en Belén, de los niños menores de dos años, ordenada por Herodes, patraña que carece de parangón, puesto que el suceso es pura invención. Una prueba más de que quien reina y gobierna es el fraude y la mentira, cuya república se remonta a la noche de los tiempos.

Juan Romero Sierra es autor de "El manuscrito Nomentum", novela publicada recientemente por la editorial Raíces.

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