Los Globos del Infierno

Por Isidro Calderón Muñoz


Nos encontramos en las montañas Gearbat, en Oregón. Aquel sábado 5 de mayo de 1945 Elsie Mitchell y cinco chicos de su vecindario van de excursión por aquellos hermosos parajes. El día es primaveral y entre risas y cánticos todos van disfrutando de los árboles, el canto de los pájaros y todo lo que ofrece la naturaleza. De repente, uno de los chicos se detiene observando algo entre las ramas de unos árboles cercanos, avisando al grupo mientras señala con su mano el objeto.  Todos ya han fijado la vista en aquello. Una maraña de cuerdas, unos jirones de una especie de plateado papel y en el suelo, junto a los troncos un  aparato de gran tamaño en forma de caja. Están sorprendidos, sin darse cuenta se han quedado callados observando aquel extraño artilugio. Como bien es sabida, la curiosidad infantil no tiene límites y los chicos empiezan a acercarse a aquello pese a las reticencias de Elsie.


Partes del globo incendario
-Tened cuidado chicos-, pese a ello, la mujer decide acompañarles.

Ya junto al objeto observan que se trata de unas arcas  metálicas del que colgaban un buen número de saquitos. Más abajo, otro objeto  muy grande en forma de bala está sujeto mediante unos cables a toda la estructura. Uno de los niños decide tocarlo mientras sonríe.

-¡No toques eso!, grita Elsie.

En ese momento se produce una terrible explosión. Jamás se podrían haber imaginado que su final fuera tan trágico, a la vez que insólito e histórico. Los seis de Bly se convirtieron en las únicas víctimas norteamericanas de la Segunda Guerra Mundial que murieron en  territorio continental.

Aquel extraño objeto era uno de los 285 globos incendiarios del Imperio del Japón que cayeron en los Estados Unidos en un periodo comprendido entre noviembre de 1944 y abril de 1945, cuando la guerra en el frente del Pacífico mostraba una superioridad sin paliativos y una victoria cercana de los Estados Unidos sobre Japón. Aquellos globos bomba se denominaban Fusen Bakudan.

A principios de noviembre de 1944 un buque de la Armada norteamericana halló flotando muy cerca de las costas americanas del Pacífico un gran trozo de tela de la que colgaba un objeto de bastante peso. Pero al intentar izarla los cabos se rompieron y no se pudo recuperar aquella extraña carga. Las sospechas iniciales se acrecentaron al observar que la tela tenía inscripciones en japonés, lo cual podía significar que correspondía a algún artilugio diseñado por los nipones con el objetivo de espiar o destruir objetivos norteamericanos.

Los informes de aquel día pasaron directamente al General del Ejército Wilbur que se haría cargo inmediatamente de todo aquel asunto. En próximas fechas se encontraron doscientos globos destrozados en el noroeste del Pacífico y en el Oeste de Canadá. Además se divisaron fogonazos en la noche que evidenciaban que la carga de algunos de estos globos había explotado en el aire. Las sospechas acerca de que todo era una táctica para bombardear territorio americano eran cada vez más firmes, pero aún quedaba la prueba irrefutable.

El general Wilbur solicitó todo el apoyo gubernamental posible y aunque todavía no se habían producido víctimas se tenía una enorme preocupación de que alguno de aquellos artefactos cayera sobre una zona densamente poblada produciendo un número indeterminado de muertes y destrucción, con el consiguiente efecto psicológico sobre la ciudadanía.

Al final las sospechas se confirmaron. Un avión interceptó uno del los globos valiéndose de una serie de maniobras consistentes en empujarlo mediante ráfagas de aire que producían sus hélices. De esta manera se consiguió sacarlo de rumbo y “capturarlo”. Un globo japonés intacto había caído por fin en manos de Estados Unidos. Cada globo estaba provisto de 30 bolsitas de arena que hacían la función de lastre. Éstas iban cayendo mediante las órdenes de guía realizadas por un mecanismo adaptado al barómetro que se activaba por debajo de los 9.300 metros. Además disponía de un aparato automático que abría una válvula de escape que permitía salir al hidrógeno de manera controlada cuando el globo superaba los 11.000 metros. El artefacto se completaba con 3 o 4 bombas de fragmentación de 15 kilogramos además de una incendiaria, a lo que había que añadir el mecanismo detonador. Hay que reseñar que los japoneses lanzaban también globos guías sin bombas que contaban un emisor de señales para indicar a la base de Japón si los itinerarios eran correctos.


El proyecto de los globos incendiarios tiene su origen en 1932, cuando el profesor Nakayama del Observatorio Meteorológico de Takao, en Formosa, descubrió la corriente en chorro que bautizó como Jet Stream. Esta corriente de aire que se concentra a los largo de un eje horizontal que circula desde Asia hasta la costa oeste de Canadá y Estados Unidos tiene una especial importancia para la climatología de la zona y mundial. El doctor Fujiwara, una década después, proyectó la idea de bombardear a Norteamérica valiéndose de globos que serían arrastrados por esta corriente.

Hubo dos modelos de globos, el tipo “A” fabricado por el Ejército Japonés y el tipo “B” realizado por la Armada. Ambos eran muy parecidos y solo diferían en su fabricación. Los globos tenían 10 metros de diámetro  y se desplazaban a una altura media que oscilaba entre los 9.000 y los 11.000 metros, siendo su velocidad media de unos 30 kilómetros por hora. En total fueron lanzados sobre Estados Unidos unos 9.300 globos, de los cuales 285 cayeron sobre el país. Los norteamericanos sabiendo de su peligrosidad obligaron a los distintos medios de comunicación no divulgar ni una sola palabra sobre esta arma del enemigo. El objetivo era crear desconcierto sobre la efectividad del arma en las autoridades de Tokio. Esta medida tuvo éxito, pues el Estado Mayor Imperial Japonés al no recibir ninguna noticia sobre posibles explosiones, dedujo que todo el proyecto había sido un rotundo fracaso en el que se había dilapidado mucho esfuerzo y dinero.

Lugares donde cayeron bombas incendiarias.

Fuente: Diario “La Nación”

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