Habbakuk, el gigante de hielo.



Corre al año 1942, los Aliados están perdiendo gran cantidad de navíos mercantes en las aguas del Océano Atlántico. La causa es la acción efectiva de los U-Boote alemanes. Los convoyes que transportan material de guerra y víveres desde las costas de Estados Unidos y Canadá para la necesitada Gran Bretaña están siendo acosados por los lobos grises que atacan despiadadamente a las embarcaciones. La cobertura aérea se hace muy complicada por la extensión del océano a lo que se une la no muy alta autonomía de los aviones. Todo esto se acrecienta ante el  número escaso de portaaviones existentes que pudieran proporcionar una ayuda efectiva. Se hacía necesaria una solución.


Lord Luois Mountbatten, Jefe de Operaciones Combinadas del Reino Unido junto al propio Churchill, animaron a científicos y empresas para desarrollar tecnología y equipamiento, y de esta manera  paliar el problema lo más efectiva y rápidamente posible. La supervivencia del Reino Unido estaba en juego. Ambos avalaron de forma entusiasta un proyecto totalmente “fantástico” que consistía en construir un portaaviones gigante cuyo material principal era el hielo. El proyecto se denominó “Habbakuk”, nombre de un profeta al que hace referencia el Antiguo Testamento.  El proyecto fue ideado por un científico llamado Geoffrey Pyke, un hombre de aspecto desaliñado y que siempre había destacado como pedagogo, comerciante, espía y su faceta más relevante, la de inventor. Con sólo la vida de este hombre se podría hacer una novela de éxito. 


El proyecto cautivó al alto mando británico, por ser una idea sensacional y, sobre todo, barata. El portaaviones en cuestión tendría unas proporciones impresionantes. Con unos 1.200 metros de eslora,  de manga, mamparos de 12 metros, 50 metros de calado y 2 millones de toneladas de peso, podía desplazarse a una velocidad de 10 nudos. Tendría capacidad para transportar 150 aviones e iría propulsado por una serie de  generadores y 26 motores eléctricos externos que impedirían que el hielo se fundiese. Además dispondría de 40 torretas antiaéreas y un sistema de refrigeración del casco que tendría unos  de espesor. Sería de fácil mantenimiento y reparación en caso de sufrir ataques tanto submarinos como aéreos pese a su limitada maniobrabilidad. Aquel proyecto era un desafío que dejaba a los portaaviones convencionales de la clase Essex en cuestión de tamaño a la “altura del betún”.

Pyke tuvo todas las facilidades para llevar a cabo las investigaciones y contó con la colaboración de Max Ferdinand Perutz, biólogo molecular y Premio Nobel de Química en 1962 y de Herman F. Mark el inventor de los polímeros. Juntos crearon el material base para la construcción del descomunal navío, se llamaba el “Pykrete”, abreviatura de Pyke y concrete (hormigón). La idea consistía en mezclar el hielo con pulpa de madera, obteniendo un material fácil de elaborar y muy resistente. Se pensaba que para su construcción, el gigantesco barco necesitaría 280.000 bloques de este material.
Se decidió que la construcción del prototipo o barco experimental se llevara en el mas absoluto de los secretos en Canadá, en concreto en el Lago Patricia, en Alberta. Se disponía de unos fondos de 70 millones de dólares y 8000 empleados, los cuales no conocían nada del proyecto además de ignorar lo que estaban construyendo, ellos lo denominaban “el arca de Noé”.


En el verano de 1943 comenzaron las labores de construcción del modelo experimental que tendría un tamaño de unos veinte metros y mil toneladas de desplazamiento. Los trabajos se prolongaron hasta 1944, cuando la guerra estaba dando claramente la espalda a las potencias del Eje y las pérdidas en el Atlántico no eran ya tan alarmantes. Todo ello, unido a la innovación tecnológica, traducida en el  aumento considerable  de portaaviones convencionales construidos, la consecución de mayor autonomía por parte de los aviones y los nuevos avances técnicos para la detección de submarinos dio al traste con el proyecto, el cual fue abandonado siendo el prototipo construido, hundido y desmantelado en el lago Patricia. En los años setenta fueron hallados sus restos en el fondo de las aguas y en 1989 fue colocada una placa conmemorativa en las orillas del lago.


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